La casa de los abuelos es esa que nunca se olvida. Vivimos historias, disfrutamos cuentos, los tenemos como aliados, es la casa de la infancia y en ese momento no nos damos cuenta que alguna vez se irá con ellos.
Recuerdo las reuniones familiares, mesa larga en el comedor,
mi abuelo en una cabecera y mi papi en la otra y todo el familión rodeando. La
abu con sus pasitos cortos, yendo y viniendo a la cocina con todos los manjares
caseros. Lo que más pedíamos eran los fideos estirados con palote y
cortados a cuchilla, ¡Sí! nada de máquina de pastas. El flan clásico de la abuela con doce yemas, crema o dulce, ¡qué delicia!
¿Y las fiestas? Uyyyy, esperando a Papá Noel con mis hermanos
y primos. Magia por todos lados.
¡También los carnavales!, el corso pasaba por la puerta de la casa y mirábamos desde el balcón hasta que el abuelo intercedía por todos sus nietos y podíamos bajar a jugar con papel picado, eso sí, siempre frente al balcón desde donde él nos miraba.
Los recuerdos aparecen en mi mente como una hermosa
película.
La casa de los abuelos que se queda con historias y
seguramente otros habitantes crearán las propias, porque llega ese momento en
que los abuelos se van, y la casa, ya no tiene sentido y todo va
desapareciendo, pero los recuerdos jamás nos dejan, y pasamos a ocupar el lugar
de los abuelos.
Y la vida es un
eterno volver a empezar, deseando crear para las nuevas generaciones momentos
que se atesoren en el alma y en la mente de los pequeños.
¡Gracias abuelos por tanto!