sábado, 28 de enero de 2017

Don Benito Quinquela Martín

Manuel  Chinchella, oriundo de Nervi, Italia, era un italiano de costumbres antiguas. Robusto, de gran fuerza muscular que había llegado a Argentina para mejorar su situación económica. Vivió un tiempo en Olavarría, por eso se lo apodó "El gaucho de Olavarría") y en ese momento vivía en La Boca y trabajaba descargando carbón en el puerto.
Una tarde de trabajo se cruzó con Justina, que sería su esposa, proveniente de Entre Ríos, de quien se enamoro a primera vista. Justina Molina tenía sangre india, venía de Gualeguaychú y era analfabeta, lo cual no le impedía atender la carbonería en el barrio porteño de la Boca con perfecta eficiencia: se acordaba mejor que nadie del estado de cuentas de cada cliente. Previamente había trabajado sirviendo en una fonda de la calle Pedro de Mendoza (donde hoy se encuentra el Museo Escuela Pedro de Mendoza donado por el pintor). Dejó ese trabajo y pusieron una carbonería en la calle Irala al 1500. Manuel Chinchella era un forzudo italiano que redondeaba los ingresos de la carbonería con trabajos en el puerto, donde cargaba de a dos las bolsas de 60 kg.


Justina no podía quedar embarazada pese a que ambos deseaban un hijo. Tomaron la decisión de adoptar uno y el 16 de noviembre de 1897 fueron a la Casa Cuna en busca de un varón crecidito que pudiera colaborar en la carbonería. Benito en ese momento tenía 7 años.  A este pequeño que pasaba a formar parte de la familia Quinquela lo habían abandonado a mediados del mes de marzo de 1890 en las puertas de un hospicio en san Isidro y como contaba con pocos días de vida es que lo anotaron como nacido el día 1 de marzo. Sólo se sabe de ese abandono que estaba en buen estado, bien vestido y con él se encontró medio pañuelo doblado en triángulo con una flor bordada, pese a esto nunca nadie reclamó al pequeño.
 El trato de su nueva madre fue tierno sin escatimar en los abrazos mientras que el trato del padre con el niño era un poco distante, de ruda ternura, pero cada tanto una caricia. Mientras el padre trabajaba, la madre y el niño atendían la carbonería y hacían los quehaceres domésticos.
Ese mismo año comenzó su educación primaria en la escuela Berrutti de Australia al 1081, su maestra fue Margarita Erlin quien le enseño los conocimientos elementales: leer, escribir y nociones de matemáticas. Cursó hasta tercer grado, la situación económica no dio para más y debió trabajar con el padre. Según Manuel los conocimientos adquiridos le permitían no ser estafado.
Entablo amistad con los mellizos García, conocidos por pendencieros, pero inteligentes y capaces, ayudaron a Benito en sus tareas y cuando supieron que abandonaba sus estudios le enseñaron los conocimientos callejeros, a usar la honda, a tirar piedras con puntería certera y a robar alambres de las cercas para usarlos en defensa propia. En ese entonces se armaban peleas barriales, los de Barracas (descendientes de españoles) contra los de La Boca (italianos).
En 1904 la familia se muda a la calle Magallanes 970, una zona donde era popular la militancia social y la política parecía ser el camino para construir un futuro mejor. Nacían los sindicatos, los gremios y los centros educativos. Benito comenzó a participar de la campaña de Alfredo Palacios, candidato a diputado socialista. Aunque era menor de edad lo que aprendió en esos años de trabajo lo inclinaban hacia ese sector político. Colaboró repartiendo volantes y manifiestos izquierdistas y pegando carteles. Esa elección la ganó Palacios y Benito aprendió a luchar por lo que uno quiere, que la participación tiene su rédito.
Pero las cosas empeorarían al año siguiente en la parte económica y su padre pensó que si podía trabajar en política también lo podría hacer en el puerto. Su tarea era subir barco por barco con una bolsa vacía, llenarla con carbón hasta la parada de los compradores en los diques de Vuelta de Rocha. La paga era de cincuenta centavos cada veinticinco bolsas y el agregado de agudos dolores de espalda. Se destaco por su voluntad de hierro pese a su contextura física, era flaco, menudo, huesudo pero con una voluntad de hierro. Trabajaba desde las siete hasta las diecinueve horas. Lo apodaron "el mosquito" por el contraste entre su físico y la velocidad del trabajo.
 Había empezado a dibujar inspirado en las escenas y colores que observó en el puerto, usaba técnicas intuitivas dado que ignoraba los más elementales conocimientos de dibujo, eran rudimentarios, torpes utilizando carbón y lienzos de madera como elemento de trabajo que posteriormente eliminaba para evitar las bromas de sus compañeros.
A los 14 iba a una escuela nocturna de pintura en la Sociedad Unión de La Boca, un centro cultural vecinal donde se reunían estudiantes y obreros para conversar. En esa academia se enseñaba casi de todo, desde música y canto, economía hogareña y otros cursos prácticos, mientras de día trabajaba en la carbonería familiar. Su maestro fue Alfredo Lazzari, pintor quien le dio sus primeros conocimientos técnicos sobre el arte. Como práctica le daba excursiones a la Isla Maciel los domingos por la tarde para entrenarse con el dibujo de las escena al natural. Continuó hasta los 21 años con el curso. Con 17 años empieza en el Conservatorio Pezzini Stiatessi, donde estudia hasta 1920. En esa academia conoció a Juan de Dios Filiberto y otros colegas con quienes se relacionaría durante toda su vida. Después del trabajo iba a alguna biblioteca para intentar cubrir la carencia de educación formal.
 De toda la literatura que leyó la que más le impactó fue El arte, del escritor Augusto Rodin, fue la que le despertó su vocación. En ese texto Rodin dice que el arte debe ser sencillo y natural para el artista, la obra que requiere esfuerzo no es personal ni valedera, conviene más pintar el propio ambiente que "quemarse las pestañas persiguiendo motivos ajenos", de esas enseñanzas Quinquela extrajó: "Pinta tu aldea y pintaras el mundo", nunca se apartó de este dicho.
 Su aldea sería el barrio de La Boca, sus vecinos y el puerto. Asistió además a las tertulias que se realizaban en la peluquería de Nuncio Nuciforo en Olavarría al 500, donde se conversaba de política, de cultura, de técnicas pictóricas, se compartían lecturas y  otros temas que les preocupaban.
En 1909 se enfermó de tuberculosis, en esa época la enfermedad causaba muertes. Sus padres lo mandaron a la casa del tío, en Villa Dolores, Córdoba para que se cure con el aire serrano. Fueron seis meses de reposo que no solo le sirvieron para curarse sino también para relacionarse con otro pintor, Walter de Navazio, exponente de la pintura romántica que dibujaba los sauces y algarrobos que adornaban el paisaje. Pero este ambiente le hizo reforzar su idea de retratar solamente su propio mundo, el paisaje cordobés no lo inspiraba tanto como el puerto.
De regreso a su hogar, ya con la idea firme de continuar con su obra, montó un taller en los altos de la carbonería, donde recibió la visita de Montero, Stagnaro y la de Juan de Dios Filiberto que además fue modelo vivo. Más tarde además de visitantes se convirtieron en inquilinos del lugar. Esta situación, los óleos sobre el lugar, el constante paso de gente y las discusiones hasta altas horas de la madrugada dejo sorprendidos a los Chinchella. Además Benito usaba huesos humanos para estudiar su anatomía y se difundió el rumor que en el taller habitaban los fantasmas de los "dueños" de los esqueletos, se exageraba tanto que un día un amigo llevo todos los restos óseos al cementerio. Todo esto no contaba con la simpatía de Don Manuel, el padre, ni los fantasmas, ni los jóvenes, ni la pintura y mucho menos que su hijo fuera un artista porque descuidaba su trabajo en el puerto. Un día a raíz de las fuertes discusiones y a pesar de que su madre lo apoyaba, Benito abandono el hogar familiar, aunque siguió trabajando en el puerto para mantenerse le dedico más horas a la pintura debiendo alimentarse de mate y galletas marineras.
Su vida fue a partir de entonces muy parecida al vagabundeo, un tiempo vivió en la Isla Maciel donde se relacionó con ladrones y malandras lo que no lo incomodó. Llegó a conocer una escuela de punguismo con base en esa zona y le ofrecieron ser parte de ella, pero no le intereso la idea.
 Pintó muchas telas con imágenes del lugar y aprendió mucho de los punguistas, que además del robo disimulado tenían una serie de códigos de honor y hermandad que le interesó. Todos estos saberes abrieron su mente e hicieron más rica su pintura.
Montó sus talleres en distintos lugares, desde altillos hasta barcos (tuvo uno en el "Hercules", un navío anclado en el cementerio de embarcaciones de Vuelta de Rocha), sin embargo no duraría mucho con estas mudanzas, los ruegos de su madre de que regresara porque no vivía tranquila más el consejo que le dio: "Si no te gusta el carbón, búscate un empleo del gobierno" lo hicieron retornar al hogar y conseguir un empleo como ordenanza en la Oficina de Muestras y Encomiendas de la Aduana en la Dársena Sur. Su nuevo empleo consistía en limpiar ventanas y cebar mate lo que le dejaba tiempo libre para pintar. Trabajó allí hasta que le solicitaron tareas de mensajero y traslado de caudales. Presentó su renuncia indeclinable temeroso de lo que podía pasar si le robaban una encomienda, sabía mucho de punguismo.
 A los pocos meses, en el año 1910, se presento en una exposición, una muestra de todos los alumnos del taller de Lazzari en la Sociedad Ligur de Socorro Mutuo de La Boca con motivo del veinticinco aniversario de esta sociedad. Participaron Santiago Stagnaro, Arturo Maresca, Vicente Vento y Leónidas Magnolo todos ellos principiantes y aficionados. Era el debut de Quinquela que expuso cinco obras: el óleo  Vista de Venecia, dos dibujos realizados a pluma  y dos paisajes confeccionados con témpera, estas obras no se conservan actualmente excepto los dibujos en pluma.
 Benito deseaba crecer y sabía que debía mejorar su técnica para lograrlo, el maestro Pompeyo Boggio le enseñó técnicas de dibujo natural. Junto a él estudiaron con Boggio, Adolfo Bellocq, Guillermo Facio Hébecquer, José Arato y Abraham Vigo, todos ellos se inspiraban en los problemas sociales del país según afirma el crítico Jorge López Anaya. Formaron el denominado "Grupo de los Cinco" o "Artistas del Pueblo". También escribieron artículos en el diario La Montaña de Leopoldo Lugones.
Ninguno de estos pintores eran aceptados en el Salón Nacional, la principal galería que tenía la ciudad y quedaban dando vueltas en galerías menores. A partir de una idea de no se sabe quien crearon el Primer Salón de los Recusados dedicados a los artistas no admitidos en el Salón Nacional. Esto funcionó en la avenida Corrientes 655 en un local cedido por la Cooperativa Artística. Allí Benito expuso Quinta en la Isla Maciel y Rincón del Arroyo Maciel, obtuvo críticas divididas, positiva del diario La Nación y negativa por el diario La Prensa, lo significante es que La Prensa, mal o bien, se había empezado a fijar en sus trabajos.
 Se anotó como profesor de Dibujo en la escuela Fray Justo Santa María de Oro, dependiente del Consejo General de Educación. En horario vespertino los obreros adultos concurrían a completar sus estudios secundarios. Quinquela les enseñaba los secretos del dibujo ornamental con el fin de aplicar el arte a la industria. La idea concebida junto al maestro Santiago Stagnaro era acercar el arte a la clase obrera.

 En el año 1919, después de mucho tiempo de enviar sus obras al Salón Nacional de las Artes fue la entrada de Quinquela al lugar que continuó con los cuadros Rincón del Riachuelo en 1919 y Escena del trabajo, premiado en 1920.

En 1921, ya con treinta y un años, empezó una serie de viajes por el mundo que se extendieron por diez años. Gran éxito en el exterior y dos cuadros fueron comprados por el  Museo de Arte Moderno de Madrid,  se le ofreció una condecoración por ser el primer argentino que figuraba en el Museo de Arte Moderno, pero él se negó por sentirse ante todo pintor de La Boca y por no sentirse preparado por su condición de artista de barrio y carbonero según sus propias palabras.
A su regreso, postergado por más de un año, todo el país lo recibió con alegría. Trajo consigo el dinero suficiente para comprar la casa que sus padres utilizaban de carbonería, era alquilada y el negocio estaba en quiebra y así cerrarla. Ya los padres podían descansar tranquilos porque su hijo se podía ocupar de su futuro. Benito conservo su taller, pero volvió a vivir en la casa paterna, ahora propia y retomó su ritmo de trabajo intensivo. Tenía que reunir material para presentar una exposición en la Sociedad Amigos del Arte de Buenos Aires.
Esta exposición contó con la presencia del presidente Alvear que era también coleccionista de arte y había sentido las opiniones de la prensa argentina y la española. Al conocer personalmente a Quinquela se hicieron amigos. En esa exposición, realizada el 6 de noviembre de 1924, el Ministerio de Marina adquirió la obra Día de sol en el Riachuelo siendo la primera en ingresar a un establecimiento militar argentino.
Su nuevo amigo, el presidente Alvear le aconsejó exhibir las obras en París, en ese momento considerada la Meca del arte. Allí empezó a planear su segundo viaje a Europa, previamente encerrarse una temporada en su taller para preparar las telas. Tuvo todo listo en noviembre de 1925 y se embarcó en el vapor "Massilia", quince años más tarde este navío traería la Argentina a los intelectuales españoles exiliados.
Antes de regresar a su país natal, la cancillería francesa dio una cena en su homenaje, donde concurrieron los personajes más selectos de la aristocracia local. Consistió en un banquete cuyo cubierto costó 60 francos, valor que los amigos que Quinquela había conocido durante su estadía no podían pagar, por lo tanto el pintor organizó un segundo banquete a un costo de 6 francos por cubierto adonde si asistieron todos los futuristas que el pintor no quería dejar de lado a pesar de que los consideraba algo raros.
 Otra vez de vuelta en el país y en su casa se reunió con el presidente Alvear que le preguntó todos los detalles del viaje y a pesar de su investidura cuando tenía ratos libre visitaba su estudio sin reparos de sentarse en el suelo o mancharse con pintura. Además siguió recibiendo la visita de todos sus colegas y artistas varios.
Le faltaba visitar Estados Unidos para completar la gira, lo hizo en 1927 viajando en el vapor American Legion. A su llegada conquisto el amor de una mujer sin saber ni una palabra del inglés, ayudado por traductores y el lenguaje de la pintura. Se trató de Georgette Blandi una escultora viuda apasionada del arte y poseedora de un gran poder adquisitivo. Además fue su madrina artística durante la gira, se ocupó de todo lo necesario para su exposición en Nueva York que se llevó a cabo en la Anderson Galleries en marzo de 1928 con treinta óleos.
Antes de retornar se despidió en Nueva York de sus nuevos conocidos y de Georgette, que ya había atrapado su corazón a tal punto que en su testamento le dejo una suma de cien mil dólares que por cuestiones burocráticas de Estados Unidos nunca pudo cobrar. Además siempre la recordó como una mujer y artista de grandes cualidades.
A su regreso lo estaba esperando el presidente Alvear con otro agasajo realizado en la Sociedad Verdi de La Boca al que asistieron funcionarios y personalidades de la cultura.
Muchos viajes, exposiciones y ventas, pero el tiempo pasaba y Justina, su madre, era muy anciana ya y sufría durante sus ausencias y por tal motivo decidió regresar.
No se separó de ella hasta que falleció en 1948, pero tampoco abandonó sus primeras amistades,.
 En 1972, ya anciano, y sin haber concurrido nunca a la Universidad, solamente tenía aprobados los dos primeros grados del primario, pero fue nombrado Profesor Honorario de la Universidad de Buenos Aires.
 Al regresar a La Boca, comenzó a buscar la forma de ayudar a su vecindario, gente muy humilde que apenas conocía lo que era el arte. El primer paso fue la creación del Instituto Sanmartiniano cuyo primer presidente, el doctor Pacífico Otero, reconoció que Quinquela era el principal impulsor. Y el segundo proyecto nació de la necesidad de contar con una escuela primaria que reemplazara a las actuales, ubicadas en inmuebles de alquiler con escasas comodidades. Compró un terreno para construir una escuela para mil niños repartidos en dieciocho aulas decoradas con murales de su creación representando las diferentes profesiones y trabajos. Se chocó con un contratiempo, el dueño del terreno quería cincuenta mil pesos, una cifra muy elevada, pero que fue aceptada por Quinquela. El dueño de la propiedad, un millonario, cuando vio iniciado el proyecto, se echo atrás y duplico el valor de la operación. Después de duras negociaciones el valor bajo a los setenta mil pesos y provocó que Benito se endeudara para cumplir su deseo. Otro inconveniente fue que sus colegas decían que él no podía decorar una escuela por no tener la técnica adecuada. Finalmente y previa firma de un documento que lo responsabilizaba de los desastres que pudiera provocar su diseño, ya que de arquitectura no tenía muchos conocimientos y era testarudo, en el frente del establecimiento colocó un mascarón de proa considerado un adefesio por los constructores y en el interior pintó dieciocho murales. El 19 de julio de 1936 se inauguró la escuela en Pedro de Mendoza 1835 con una fiesta popular, la presencia de los bomberos voluntarios de la zona, los de Avellaneda y San Fernando, varias Sociedades de Fomento, boy scouts y la Sociedad Colombófila que soltó diez mil palomas. El padrino fue el entonces presidente Agustín P. Justo y fue bendecida por el cardenal Copello. La escuela fue bautizada con el nombre de Pedro de Mendoza, Consejo Escolar Número 4. Él se negó a darle su nombre, pero se la conoce como "la escuela de Quinquela".
El Jardín de Infantes Nro 6 (hoy Jardín Maternal Quinquela Martín, en la calle Pedro de Mendoza 1803), el Lactario Municipal Nº4 y la Escuela de Artes Gráficas fueron donadas por Quinquela. Con el último edificio tuvo inconvenientes con la donación por procesos burocráticos en el gobierno que duraron un año. Cuando se trató el proyecto en el Congreso, el diputado Poblet Videla propuso darle el nombre del pintor pero él estaba presente en la sala en un palco y grito que eso no era posible porque no se había muerto. Ante la insistencia del pintor que no atendía las indicaciones de un policía que pedía silencio el diputado retiró su moción.
De Diputados paso a Senadores y de allí al Poder Ejecutivo, que lo derivo al Ministerio de Obras Públicas y éste a la Dirección General de Arquitectura. Cada instancia con su papeleo y tiempo perdido. El proceso terminó con un decreto en 1944 de Edelmiro Farrel que dio comienzo inmediato a las obras, pero un empleado público acusó al pintor de querer publicitarse y vender más caros sus cuadros y por eso usaba patrimonio público y logró que el presidente diera marcha atrás con su decreto. Quinquela solicitó la mediación de Perón, coronel en ese entonces, que lo apoyo en su idea. La construcción empezó en 1947, con Perón en la presidencia, con un atraso de siete años. Actualmente funciona como Escuela de Artes Colegio Industrial llamada en ese momento Armada Argentina.
Luego de varios años se cambio el nombre y paso a ser Esc. Tecnica nº 31 "Maestro Quinquela" donde, actualmente funciona en el turno de la noche un curso de fotografía gratuito. 
En forma paralela a esta obra, mientras continuaba pintando y siendo parte de la Comisión Directiva del Círculo de Bellas Artes, comenzó a proyectar un hospital, también en la década del 40, proyecto aprobado por el Concejo Deliberante en 1941, revocado por la intendencia en 1943 porque en esa zona funciona el hospital Argerich y provocó que en vez de hospital sea lactario que sí hacía falta. El 4 de octubre de 1947 abrió sus puertas el Lactario Municipal Nro 4 con otro festejo popular. Sin embargo el hecho de que en vez de hospital sea lactario provocó que la emoción no sea completa para Quinquela.
El Jardín de Infantes Nro 61 fue la última donación del pintor, ubicado en la calle La Madrid 648, inaugurado en terrenos donados por el pintor en el año 1948.
El Museo de Mascarones de Proa, murales para varias instituciones fueron donaciones menores realizadas por Quinquela. Conversando con su amigo Andrés Muñóz, además fue su biógrafo, Quinquela explicó que las donaciones respondieron a un impulso sentimental de pertenencia al barrio, que toda la obra está realizada dentro de él y no le sería posible vivir fuera de La Boca.
El Instituto Odontológico Infantil construido en otro terreno donados por él se inauguró en 1959 en la calle Pedro de Mendoza 1797 brindando asistencia a 800 niños diariamente y aún funciona como Hospital Municipal de Odontología don Benito Quinquela Martín a pesar de que en sus inicios el pintor se negó a que lleve su nombre.
La última obra de solidaridad de Quinquela fue el Teatro de la Ribera, en Pedro de Mendoza 1821, cuya construcción se inició en 1966 dentro de uno de los terrenos donados por el pintor, actualmente es parte del Complejo Teatral Enrique Santos Discépolo.
 En 1950 un grupo de vecinos, entre los que se encontraba el pintor boquense Benito Quinquela Martín, decidieron recuperar una vía de tren abandonada. En 1959, a iniciativa de Quinquela Martín, el gobierno municipal construyó allí una calle museo, con el nombre que le había puesto el tango, "Caminito".
Pero tenía la vitalidad suficiente como para casarse por primera vez a los 84 años con su secretaria de toda la vida, Alejandrina Marta Cerruti. La boda se llevo a cabo el 15 de marzo de 1974 siendo testigo el director del Museo de Bellas Artes de Artistas Argentinos "Benito Quinquela Martín", Guillermo de la Canal. Su esposa fue la única heredera.
El martes 28 de enero de 1977 falleció en la habitación 107 del Instituto del Diagnóstico a causa de una complicación cardíaca. Sus restos fueron velados en su casa y estudio de toda la vida y lo enterraron en un ataúd fabricado por él años antes, porque decía "que quien vivió rodeado de color no puede ser enterrado en una caja lisa". Sobre la madera que conformaba el ataúd estaba pintado una escena del puerto de La Boca.

  Conocemos las obras de este gran artista, pero muy por encima su vida y se darán cuenta la enorme solidaridad de este hombre para con su barrio, "La Boca" y la enorme humildad que poseía. A 38 años de su desaparición física un pequeño homenaje.


4 comentarios :

  1. Escuché su programa el martes y soy seguidora de la página. No conocía la historia de Quinquela como usted bien dice, se conocen sus obras y no su historia y ahora la veo aquí. Muy buena idea poner lo tratado en el programa, la felicito por su trabajo.
    Ana María

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  2. Encontre esta pagina por casualidad... y me encanta.. Mi abuelo era pintor de cuadros cuando podia.. sino de barcos y casas... vivia en Avellaneda pero La Boca era su segundo hogar.. cuando era muy pequeña me presento a Quinquela en un bar de La Boca.. lo recuerdo como un señor muy amable.. que reia mucho cuando los papagayos que habia en el lugar bajaban para comerse los terroncitos de azucar que los parroquianos les dejaban en el fondo de las tazas de cafe.. Muchas gracias por regalarnos la vida no solo de Quinquela.. sino por hacerme recordar un momento muy feliz de mi infancia.. las caminatas con mi abuelo por La Boca.. por el Puerto.. o tambien por lo que hoy es Puerto Madero.
    Saludos Silvia

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  3. Silvia, primero gracias por visitar mi página que cada artículo es pensado y es un lugarcito que amo sinceramente. Te invito a escuchar por internet el programa que tengo los martes de 17 a 18hs. www.malvinas-fm.com.ar o bien un clic en la radio roja que baila.
    Que hermoso aporte has hecho lástima que no estabas en la audiencia el martes que fue el tema del programa. Como dije, de Quinquela se sabe su obra, pero detrás había una excelente persona.
    Me alegro que hayas vuelto a esa parte linda de tu infancia y de alguna manera tomado la mano de tu abuelo y recorrer una época.
    ¡Gracias nuevamente!

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  4. Hola Mimi, la historia de Don Quinquela es hermosa. Ha sido un gran artista y se lo recordara siempre como a todos los grandes.
    Debiera conocerse mas sobre su vida y obra.
    Gracias por acercarnos a el.
    Besitos
    Ana Maria

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