Cuando chica, los juegos te
envuelven de esa magia que te transporta de princesa a mamá en pocos instantes.
A través del juego vas
planificando quizás tu futuro, arropando una muñeca que es tu hijita, dándole
la típica mamadera mágica ¿la recordás? esa que la volcás y va desapareciendo
el líquido de su interior y al incorporarla se llena nuevamente solita. Abrigo
para tus muñecas, el cochecito de paseo, cocinitas en miniatura. En esos juegos
pasas una etapa, la primera, la del YO.
De ahí saltás a la
pre-adolescencia donde empieza esa transición, de niña a mujer, la ropa de
moda, el cabello, según se use, lacio
extremo o rulos furiosos, los primeros maquillajes muy suavecitos y atendiendo
que nos dice mamá al vernos.
Llega por fin la adolescencia,
momento en que sentís que la vida no te entiende ¡un mundo de una nada surge! y
es cuando crees que nunca va a pasar. Lágrimas, la mayoría el típico diario
íntimo que hoy se ha cambiado por los blogs y redes sociales. Hasta que un día
sin imaginarlo te topás con el amor, ese amor que vas descubriendo de a
poquito, que te hace cosquillitas en el estómago con sólo pensar en él y el
deseo de compartir cada momento con esa persona.
Finalmente llega eso para lo cual
te preparaste sin saberlo todos estos años anteriores de tu vida, “formar una familia” y apostás con todas tus
fuerzas. Estás con el hombre que elegiste para recorrer un largo camino, arduo,
con muchos escollos, pero habiendo amor, es algo que no ves.
Y llegan los tan ansiados hijos,
esos que proyectaste en tu inconciente en la infancia en tus juegos con
muñecas. ¡Los Hijos! Por los que a partir de ellos tu vida deja de pertenecerte
porque ya hay alguien que depende pura y exclusivamente de vos. Noches a su
lado, días de juegos, aprendizajes, besos y abrazos, cartitas a Papá Noel, los
Reyes Magos, la llegada del Ratón Pérez, ilusiones que nunca deben de faltar en
la infancia porque te marcan para el mañana.
Pero tus hijos también crecen,
porque de eso se trata la vida, de “crecer”.
El colegio, la adolescencia que
no será jamás como la tuya y la de sus hijos tampoco porque la vida es un
eterno cambio.
Y ahí estás vos, esperando ese
mañana incierto, probablemente cuestionándote si fuiste o no una buena mamá,
desvelándote aunque tus hijos ya no sean pequeños porque algo les pasa y eso te
quita el sueño o porque es tarde y aún no han regresado.
Para ellos todo es normal y tus
persecuciones no serán entendidas, entonces mamá, dejá que vuelen y que forjen
su mañana y no olvides que tenés derecho a ser feliz y por sobre todas las
cosas ¡Viví!
¡Muy Feliz Día a todas las mamis
del mundo!
Hermosas palabras y muy ciertas.
ResponderEliminarGracias
Comparto tus bellas palabras querida amiga Miriam. Me emocioné.
ResponderEliminarGracias.
Sonia G.